Cuando la ciudad envuelve tus ilusiones con pétalos de rosa...

Puede que alguna vez las estrellas hayan sembrado la duda en tu corazón; puede que quizás te hayan llevado lejos; o puede que, como Fátima, desees estar en un lugar diferente para empezar el romance de tu vida... En París, donde los sueños se hacen realidad, la Ciudad de las Luces.

Y esta es sólo una de las innumerables historias que se esconden tras sus muros. Espero que os lleve hasta París como me ha llevado a mi.

À suivre...

miércoles, 21 de julio de 2010

El día en que le habló...


Quizás delimitar frases con puntos suspensivos fuera una mala idea, quizás solo debía haber usado comas y puntos finales. Pero es que cada vez que empezaba una frase suya, su propia creación, no era capaz de acabar con ella...Fátima se levantó a las seis y media aquella mañana de noviembre. Se alegraba de que Miriam no hubiera pasado la noche en el piso. La soledad le venía bien, sin voces chillonas, sin chicas conocidas, únicamente dejando letras a su paso en el mundo que la había ahogado de papeles.
Se dio una ducha y se vistió como cada mañana. Sabía que iba a desayunar en Starbucks, así que quiso darle un toque bohemio a su vestimenta. Se llevó los vaqueros apretados de siempre y una blusa de tachuelas, demasiado escotada para las mañanas parisinas. Se secó el pelo y lo peinó hacia atrás, cascada salvaje y espesa como el petróleo; luego se echó encima la cazadora blanca de piel y disipó sus madrugones con una nubecilla perfumada de colonia. Dicen que la causa puede ser mejor que el efecto. Fátima se arreglaba para pasear por París, no para que la gente se fijara en ella. Con la probable excepción del camarero de Starbucks.
Recordando a Jorge se colgó unos pendientes largos, moriscos en los lóbulos, y se pintó los labios de rojo oscuro, contrastando con el ambiente gris y pesado, de leche agria, que inundaba las calles.Y por último, una vez echado el bolso al hombro, se colocó cuidadosamente sobre los cabellos una gorra de lana típicamente francesa, torciéndola hacia un lado para que quedaran al descubierto los pendientes.
Salió a la rue. Olía a pan recién hecho desde el horno de Jean Pierre, olía a humedad, a césped y a hojas caídas bajo la lluvia. Se anudó con ligereza en el escote un pañuelo de color malva para evitar las anginas que ya se veían anunciando desde hacía días.
Entró en Starbucks. Acababan de abrir y aún no se había calentado la estancia lo suficiente; sin embargo, aparecían los primeros clientes con sus periódicos y sus prisas matutinas, una rutina impregnada por siempre en el destino de las grandes ciudades. La mesa de la ventana estaba vacía. Como cada mañana, dejó la chaqueta en el respaldo de la silla y se sentó a escribir, esperando que él llegara a preguntarle qué deseaba.
Jan se había dado cuenta de su presencia desde que la chica había abierto la puerta. Su cabello largo, sedoso y negro como un velo de luto, y esos labios tan contrastados con el resto del amargo noviembre le hacían aguardar su llegada desde que la encargada abría la cafetería y le dejaba coger un croissant con mermelada. Quizás el pelo de esa joven también oliera a croissant con mermelada, quizás a frappuccino de chocolate, quizás a vino con canela... Inspiró con glotonería el aire dulzón del café imaginando que se trataba de su piel. Algún día tendría el valor suficiente para dedicarle algo más que la sonrisa de todos los días y las palabras que sabía de antemano antes de pronunciarlas.
-Hola, Amélie, ¿un cappuccino con stracciatella y el Daily News? -a ella le hacía gracia su tono cálido y agradable, los motes que le habían puesto en Starbucks y el hecho de ser ya un símbolo indispensable en las mañanas laborables de aquel bar. "Amélie, Sherezhade". ¡Si él supiera que sus labios del color de la granada estaban dedicados a esa sonrisa! ¡Si supiera que aquella camiseta escotada que inevitablemente no dejaba de mirar se la había puesto únicamente para atraer sus pupilas!
Un café Starbucks en un barrio de París puede ser el centro perfecto para el inicio de un romance. Pero tanto él como ella ignoraban completamente la vida del otro.
-Sí, gracias, Kurt Cobain... -aquellos apodos eran la viva estampa de su alegría de vivir. Él titubeó. Igual ya era hora de presentarse, antes de que los abuelos del café se olieran algo en sus miradas. Hizo ademán de marcharse. Sin embargo, a mitad de camino se dio la vuelta, sorpendiéndola a ella mientras sus ojos de gata se clavaban en su figura. Sonrió de nuevo.
-Por cierto, me llamo Jan..., Jan Van Deer, Sherezhade.

jueves, 15 de julio de 2010

El Cambio

Un poco de gracia genuina y de ambientes cargados en un bar son una combinación perfecta para la mezcla de Fátima; el resultado: la inspiración. Solía sentarse en una mesa junto a la ventana, la propia de dos jóvenes enamorados que ingenian alguna escapada. O de la pareja divorciada que intenta recuperar su amor... O de la chica solitaria que le escribe cartas a la nada. Comenzó, a raíz de sus visitas por la ciudad y del profundo deseo de ser como ella, a cambiar su alma. Y lo conseguía sorpendentemente rápido para tratarse de la inadaptada de Fátima. Dejó de firmar así sus redacciones, incluso en la facultad de periodismo, aunque nadie lo notó. Ese nombre no le gustaba; ella deseaba ser parisiense. Cuando su francés, ya de por sí bastante bueno, alcanzó el grado de la misma prefección, selló su primera carta para Nasta con un nuevo nombre: Fatime. Luego, sin darse cuenta del agravado paso del tiempo que corría bajo los puentes del Sena y a través de los mercados con rosas, usó por primera vez lentillas de contacto. De color castaño rojizo, según ella, propios de los ojos de alguien como Jacqueline. Se cortó el pelo, aquella densa melena negra que era su orgullo en el instituto (donde todas las chicas solían competir por la longitud del cabello y no la de las ideas), y se lo dejó escalonado con flequillo en una especie de melena que a penas le llegaba a la raya del sostén. Cuando se miró al espejo aquel día, diecinueve de mayo en pleno renacimiento primaveral, reconoció en ella a la gran periodista europea que quería ser. Los ojos, naturalmente, no se le habían quedado en castaño-rojizos, puesto que los suyos tenían el ardor del azabache; más bien obtuvieron un color canela algo más oscuro, el color del brandy y de la crema de ron añejo. Así pues, mientras caminaba por París con un nuevo gloss en sus labios y una nueva sensación de felicidad en su corazón, la recién nacida Fatime dejó que los vendedores le regalaran flores al pasar con su vaporoso vestido dorado junto a ellos. Gracias a su nuevo look francés, profundamente romántico, y a tantas otras cosas que quería olvidar y aún no habían cicatrizado, se llamó a sí misma, periodísticamente, Vin à la Canelle, vino con canela, en honor al pelo recientemente dotado de destellos rojizos. Terminó por ser solo Canelle. ¡Si ahora Nasta viera a su hermana, si se atreviera a existir de verdad! ¡Cómo se sorprendería al descubrir en la morisca de Fátima a la bonita y francesa Canelle, la nueva Amélie del mundo! Y sólo había necesitado la inspiración que recibía cada mañana, al salir de su piso, esperando a que abrieran en Starbucks para tomarse un frappé y leer los periódicos del día antes de ir a la facultad.New York Times, Daily News, Le Soleil... los compraba cada día con el dinero de la tienda, en un quiosco en el que también se vendían gladiolos y tulipanes rojos. Porque ahora Fátima podría permitirse ser Canelle, la futura gran periodista... Sus sueños cobraron forma y cuerpo como el humo al ascender de un cigarrillo Fortuna. Y sus alas empezaron a crecer, a crecer, hasta que ya no cabían de alegría entre la espuma del café. Luego salía a la calle y boqueaba como un pez para combinar los dos aromas de su interior: cappuccino y rosas de Montmatre.
À suivre....

martes, 13 de julio de 2010

Vin à la Canelle...♥ Beggining...♥


The Beggining...

Canelle es el nombre que Fátima había elegido un día parisino de septiembre mientras sus latidos se ahogaban en un vaso ardiente en Starbucks. Es el nombre con el que había elegido sellar su destino, el que cambiaría su alma y el que acabaría por devolverle a Nasta, de cuya presencia había necesitado y le había sido arrebatada el mismo día de su nacimiento...

Decide comenzar a dejar cartas en el buzón de una esquina -calle Saint-Yves con calle Laurent, en Montmatre- hasta que la Gracia le sonría para cumplir su sueño de triunfo y para rehacer una vida siempre ignorada de la que no ya no se podía esconder.